La habilidad para criar a un adolescente
Flor Lafuente
La pedagoga Lola Álvarez Romano.
Dos de las «píldoras» que más receta a los padres ante la adolescencia son comunicación y humor. «Comunícate con tus hijos, habla con ellos todos los días, de todo, de nada, de la vida, de las compras, del colegio... Si estáis sentados a la mesa o vais en el coche o estáis viendo una película, siempre que tengas ocasión. El sentido del humor también es importante», aconseja Lola Álvarez, licenciada en Pedagogía y máster de Estudios de Observación Psicoanalítica y formación doctoral como psicoterapeuta de niños y adolescentes en la Clínica Tavistock. La adolescencia asusta por lo que implica, por todo lo que esconde y las garras que muestra: rebeldía, cambios, incertidumbre, «y porque parece que ocurre de repente, con lo que a todo eso se añade el factor sorpresa», señala la pedagoga con un bagaje de treinta años de trabajo con niños y adolescentes.
—Para explicar lo que pasa en la adolescencia, recurres al mundo animal.
—Sí. Cuando tienes un niño pequeño es como si tuvieras un perrito, un cachorro que viene cuando lo llamas y te lame, juega contigo y te adora, pero llega un momento en que el perro se convierte en gato, no viene nunca cuando lo llamas, que sale de la habitación justo cuando entras tú... Ahí empieza la adolescencia.
—Pero es pasajero, ¿no?
—Sí, después llega un momento en que un chico alto te dice: «Mamá, ¿te ayudo con las bolsas?». Se esfuma el gato y vuelves a tener un perro. Es una metáfora que me parece que ilustra muy bien la adolescencia, el cambio de animal que se sufre en esa etapa.
—Nos encantan los perros, ¡pero los gatos también!
—Sí, sí, pero son más suyos...
—«Diez claves para entender la adolescencia en positivo» parece un recetario sencillo, pero aplicarlo a la vida no es tan fácil. ¿Cuál es la primera clave para hacerlo bien?
—Recordar que nosotros hemos sido adolescentes y entender que los chicos y las chicas a partir de los 10 u 11 años sufren una transformación global que abarca todos los aspectos de su persona y de su vida, tanto lo físico como lo psicológico y lo hormonal. Y eso hace que estén en un torbellino que ni ellos comprenden y controlan del todo. Como padre o madre, debes observarlo con un poco de distancia, entendiendo que es un proceso que tiene un principio y un fin. No puede ser todo una discusión constante. Como madre o como padre, te alejas un poco y, cuando él o ella se calma, ahí se retoma la discusión. No se trata de soltar la cuerda y abandonar, sino de encontrar el momento bueno. Ellos necesitan su momento explosivo para poner a prueba sus límites, su identidad, para saber quiénes son y empezar a buscar su lugar en el mundo.
—Los padres somos humanos, no siempre tenemos la capacidad de distanciarnos y mantener esa calma.
—Sí, y es que ellos son muy provocadores. Ellos quieren provocar una reacción en ti. Es como que juegan contigo, necesitan jugar con sus padres. Los adolescentes son como el gato que pilla al ratón, lo mastica un poco y no lo mata, pero lo deja tirado y se va.
—¿Debemos dejarles o no que jueguen con nosotros?
—Un poco sí. Creo que lo menos productivo es tomarse esas conductas desafiantes que tienen como algo personal. Es algo que ellos necesitan hacer con quien sea, con quien tengan delante. Si como padre te lo tomas como algo personal empieza la ofensa, el enfado, la discusión. Y no vale la pena. El adolescente flexiona sus músculos emocionales. En ese momento, los padres somos como una pared de frontón. Ellos no dejan de tirarte pelotas.
—Los padres no somos de piedra, ¡duelen sus pelotazos!
—Y hay que poner límites, claro. Pero se trata de elegir las batallas. Cosas como el desorden de su habitación o el peinado que llevan son poco importantes. No vale la pena discutir por eso.
—¿En qué no debemos ceder?
—En los límites de lo que supone un riesgo para ellos o les puede perjudicar realmente. No deberíamos ceder en los estudios. No puedes obligarles a que hagan lo que quieres tú, pero sí deben cumplir sus responsabilidades en sus estudios, en el comportamiento con la gente y con la sociedad. Me parece importante que sean seres sociales, correctos, y personas que se pueden tener al lado. No hay que aguantar abusos. Deben tener unos límites claros, que se aprenden desde pequeños y les van a servir para toda la vida: con la familia, con los amigos, con sus parejas, sus jefes, sus compañeros de trabajo... Deben aprender que sus derechos acaban donde empiezan los de los demás.
—¿Dónde se enseñan los límites?
—En casa, siempre. Esto no es algo que se pueda delegar en los profesores, en los colegios. Una de las consultas que veo con más frecuencia es por padres que ven indomables a sus hijos de 6 años. Es que no tienen límites. Sus padres nunca les han puesto límites para nada. El límite siempre se pone cuando el niño no quiere. Por ejemplo, cuando llevas una o dos horas en el parque y es el momento de irse a casa. Si el niño se pone a llorar es igual, debes llevarlo a casa porque ese es el momento.
—¿Lo agarras, se le explicas, o te vas y pruebas a que venga detrás?
—Le explicas que en ese momento nos tenemos que ir. Y tienes que tolerar que el niño se enfade, que llore, que tenga una pataleta, pero tú sigues adelante. No debes ceder ahí.
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— Ro Bot Thu Oct 11 16:43:21 +0000 2018
—¿Es normal ser la enemiga de tu hijo adolescente? Desgasta decirles que no, te hace sentirte culpable.
—El problema muchas veces es que los padres se sobreidentifican con los hijos. Y los padres no son colegas, deben mantenerse en el rol de padres. La vida está llena de contratiempos que ellos deben aprender a gestionar por sí mismos. Está bien que les comprendas si tienen un disgusto, pero identificarte, lo justo, siempre que no implique que dejes tu rol de madre o de padre.
—Pues hoy se estila bastante. Si no les consientes y haces que tu vida gire en torno a ellos, eres «mala madre».
—Sí, es una tendencia que empezó en los setenta, la del padre amigo. Ellos ya tienen amigos. No les vales de colega.
—Un clásico adolescente: «A todos les dejan menos a mí».
—Sí, pero luego te pones a hablar con otro padres y ves que no es así. Y luego hay muchos padres a los que les cuesta resistir esa presión de no estar en el grupo de los padres-colegas.
—El adolescente está surfeando una ola difícil, dices con otra metáfora, pero él no percibe que sea ningún riesgo.
—Sí, ellos no ven el riesgo, no sufren el pánico de sus padres. Una cosa común es que cuando acaban el bachillerato, antes de empezar la carrera, se vayan de viaje con la mochila. No puedes inhibirles con tus miedos, ahí debes confiar en que lo que les has enseñado hasta entonces les va a servir para desenvolverse.
—De la adversidad se aprende, dices.
—Los contratiempos son grandes maestros, son útiles para el aprendizaje. Como padres tenemos que tolerar que nuestros hijos cometan errores, para que aprendan. El aprendizaje por la propia experiencia es el más valioso que hay. A veces hay que dejar que se den narices con las cosas que se han empeñado en hacer, y que se equivoquen. Incluso que suspendan. Como cuando ellos te dicen que dominan el temario y estás viendo que no, pero les dejas y suspenden. Y ven que se equivocaron.
—Hay padres que no toleran el fracaso de sus hijos. Es una presión grande.
—Sí, hay padres muy narcisistas, padres que no toleran que sus hijos no sean los mejores en todo. Que se frustran si sus hijos cometen errores. Y esto ocurre mucho hoy. Para que sus hijos sean perfectos y no fallen en nada, les evitan todo tipo de contratiempos. Hasta hacen trampas...
—¿Funciona el «porque lo digo yo»?
—La autoridad en realidad solo funciona cuando se entiende. Tiene que haber normas, pero está bien razonarlas.
—¿Está bien opinar sobre sus amigos, decirles que este o aquel no nos gustan o es contraproducente hacerlo?
—Está bien opinar. A los adolescentes los puntos de referencia de los adultos, aunque no lo reconozcan, siempre les sirven.
—En este libro no eludes problemas como el impacto de un divorcio, la adicción a las drogas o a las pantallas, o trastornos como la anorexia. ¿Cuándo debemos preocuparnos por un hijo adolescente, cuándo debe saltar la alarma?
—La señal de alarma de un problema grave suelen ser los cambios radicales de conducta, en lo que hace, cómo se viste, en los amigos o los hábitos. Cuando tu hijo adolescente da un cambio brusco, siempre está bien investigar.
—Nos previenes de la «falacia» del concepto «tiempo de calidad». ¿Por qué?
—Mejor estar una hora al día con tus hijos que ninguna, pero hay que darle importancia a las minucias del día a día. Si no estás al corriente del día a día de tu hijo, difícilmente recurrirá a ti en momentos de crisis.
Flor Lafuente La habilidad para criar a un adolescente
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