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Villancicos en Noreña

Todo comenzó una Nochebuena cuando el siempre recordado noreñés Jesús Cuesta García sacó una de sus múltiples ocurrencias y mientras apuraba unos tragos en compañía de sus amigos, que regresaban de cantar un funeral de alguna parroquia colindante y antes de irse a cenar con su familia a la calle D´ Arriba, probaron de nuevo sus voces en contra de la opinión de Alfredo el tabernero que también pretendía ir a cenar. Estos amigos y compañeros de coro, que como al propio Jesús y en buena lógica, les encantaban los cantiquinos, tenían por costumbre al llegar a Noreña, tomarse lo que llamaban la espuela o la despedida en La Cuadra. Aquella noche era obligado interpretar unos villancicos. Jesús, que acostumbraba a dirigir los coros parroquiales o de cuatro amigos que se juntasen bajo cualquier pretexto, sacó una vez más a relucir conocimientos musicales, aprendidos en sus estudios de seminarista junto al recordado párroco don Fermín Cristóbal en el seminario de Tapia de Casariego. Conjuntó las voces de Eloy Noval, de Tino Fombona y de Julio Roces “El Chilu”; en ediciones posteriores se sumarían Juanje Junquera, “Pepe Sará” y más tarde el añadido de la brigadilla de Oviedo pertenecientes a la Capilla Polifónica Ovetense, con “Adolfo El Roxu” y su suegro Escotet, Fredín el del “Xastre”, llegando posteriormente las primeras féminas: Yoyes Cuesta y Carmen Velasco, los hermanos Fonseca y un largo etcétera que aumentaba cada año.

Dos placas recuerdanla primera vez queJesús Cuesta García faltóa la inolvidable citade la tradiciónde los cánticos navideños

Como aquella cita fue haciéndose obligada y el público cada vez más abundante, Jesús, debido a su estatura, se veía obligado a subirse a una silla para intentar controlar todas las voces y al menos ser visto por los espontáneos intérpretes. Los únicos que destacaban allí por encima de los demás era el propio Jesús y el general Franco, bueno y Alfredo el propietario, subido a la tarima tras la barra. Aquella imagen, además de simpática, imponía respeto entre todo el público llegado para el acontecimiento desde Oviedo, Desde la Pola o desde El Berrón o desde cualquier otro sitio.

El local se quedaba cada vez más pequeño, pero el cuerpo menudo de Jesús Cuesta siempre tenía sitio preferente y lo sigue teniendo, pues tras su fallecimiento, los responsables de La Cuadra quisieron perpetuar la memoria de tan ínclito personaje, y colocaron en una de las paredes del local, en el mismo lugar desde donde dirigía el apelotonado coro, un retrato con su figura impecable, vistiendo traje Tamburini azul marino y pañuelo blanco sobresaliendo en forma de triángulo del bolso superior de la americana con chaleco a juego, corbata de Cristian Dior, zapatos negros de tafilete. ¡Cómo si fuese para la Ópera del Teatro Campoamor!, definición que hizo de él su gran amigo y discípulo Eloy Noval Junquera. Esta fotografía que cito, fue tomada por el cantante Tino Fombona en los preámbulos de la misa del día grande del Ecce-Homo mientras se dirigía a la que algunos llaman “la iglesia anglicana” o bar de La Iglesia a tomarse un vermut para hacer tiempo esperando comenzase la otra misa.

Pues junto a la fotografía de considerable tamaño, sendas placas recuerdan la fecha en que Jesús faltó por primera vez a tan inolvidable cita navideña –una donada por el Ayuntamiento y otra más expresiva y que dice lo siguiente: “A Jesús Cuesta García, un noreñés de pro que puso la pizca de alegría tantas nochebuenas en esta casa. En su primera ausencia. 24 – XII -1987”. Bajo el retrato y sobre una peana de madera, el vaso de duralex donde habitualmente le servían el vino de La Nava vallisoletana.

Al fallecimiento de Jesús Cuesta le siguieron en la tarea otros amigos suyos como Eloy Noval a quien ya citamos como partícipe en sus tertulias y de sus ocurrencias, como esta que le dedicamos en este pasaje escrito de La Cuadra, pero tras el fallecimiento también de Eloy otros no volvieron por el local en esas fechas.

No obstante, algún superviviente de la época y menos supersticioso y otros muchos que van heredando alguna de las buenas costumbres de la Noreña folclórica, hacen posible que cada 24 de diciembre –tras el obligado paréntesis– y en tan vetusto chigre, sigan sonando los villancicos, momentos después de que apaguen el receptor de televisión, que estaba ofreciendo noticias de contagios en varios puntos de la tierra y con guerras en no sé cuantas fronteras.

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