10 cosas que aprendí de vivir un mes con un ex atracador de bancos
Daniel Rojo era en los ’80 el ladrón de bancos más famoso de Barcelona. Atracó más de 300 sucursales en 15 años de carrera delictiva. Robó el primero con 16 años. En el atraco de más éxito se llevó 158 millones de pesetas (casi 1 millón de euros). La policía le apodó 'el millonario'. Antes de caer preso por última vez en 1991, zumbaba cuatro bancos al mes para mantener su ritmo de vida: consumir drogas, acostarse con putas y ostentar ropa, motos y coches caros. “Nunca he sido malo o psicópata, lo hacía porque estaba muy enganchado y se me daba bien”, dice.
Daniel Rojo parece de cemento armado a sus 54 años: es enorme (1,9 m de altura), tiene una voz que retumba en su tórax de oso y unas patillas de brocha gorda ya encanecidas. No habría otro cuerpo capaz de resistir lo que resistió el suyo: contrajo 'el bicho' (VIH), padeció un cáncer de hígado, mantuvo un consumo diario de coca durante décadas, recibió cuchillazos en el costado y se estrelló en la carretera a 200 km/h. Sobrevivió a todo, incluso a las tristezas de un gánster 14 años encarcelado, se casó y tiene dos hijos. Se tomó su último pico de heroína de 8.000 ptas. (48 €) en 1997 y salió de la cárcel un año después. Ese fue su gran golpe.
Pasé un mes con él compartiendo desayunos, cenas, paseos, presentaciones de libros, taxi y charlas en un club de fumadores de marihuana. Estas son las diez lecciones que saqué de mi tiempo con él y con sus libros.
1. La adrenalina es una droga bien vista
Daniel Rojo robó a los siete años un quiosco sin necesidad. Lo hizo por la emoción. Luego supo que eran los síntomas de la adrenalina. Fue el primer chute de su vida y lo buscó durante los siguientes 23 años. Las sensaciones de la adrenalina enganchan. Los que practican deportes de riesgo (puénting o paracaidismo, por ejemplo) o alguna infidelidad (una 'aventura') dicen que se sienten vivos. ¿Quién no querría sentirse así?
Como le pasó a Daniel Rojo, el problema con la adrenalina (y con cualquier droga) es que siempre pide más y cada vez satisface menos. Puede ser peligroso tratar de sentirse vivo a toda costa para ocultar un vacío existencial.
2. El dinero no da la felicidad
Daniel Rojo tuvo todo el dinero del mundo. Rodeado de lujos se preguntó por qué no era feliz. Recuerda el momento exacto en el que sintió que el dinero no le llenaba. “Vivía en una casa muy chula. Tenía un salón brutal con alfombras afganas de un millón de pelas [6.000 euros] cada una. La mesa era de cristal de Murano con las patas de pezuña de elefante. Solamente en mierda había un montón de millones gastados”, dice. “Por las noches empecé a reflexionar cuando se me iban las putas. Algo no iba bien”.
Daniel Rojo estaba muy enganchado a la heroína y a la coca y le encantaba atracar bancos. Sintió el vacío incomprensible de quien lo tiene todo y es infeliz. “Aquello ya no me ponía, pero lo necesitaba”, dice.
3. Ojo con los referentes de éxito
En los años ’80, los que consumían heroína eran estrellas del rock. Los jóvenes creían que los triunfadores se drogaban. Ahora es difícil verlo porque un yonkie no inspira a nadie. Pero en aquella época los chavales como Daniel Rojo buscaban referentes culturales y quisieron imitar la vida emocionante de los rockeros de moda.
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— Heba Elkordy Sat Oct 20 20:56:57 +0000 2018
Hoy, un referente como el tronista de Mujeres, Hombres y Viceversa puede influir tanto como las estrellas de rock influyeron en Daniel Rojo. Ya hay más adolescentes que quieren ser famosos antes que astronautas y cultivar el cuerpo antes que su cabeza. No solo puedes caer en las drogas eligiendo mal a quién admiras: también puedes ser más manipulable.
4. La incertidumbre es orgásmica
Daniel Rojo tenía controlado todo el atraco, excepto cuando salía del banco con el botín en una bolsa. En ese instante, y a plena luz, se jugaba el éxito del robo. Esa emoción (la adrenalina) le entusiasmaba, además del chute de ego que suponía ser más listo que la policía.
A pesar de los mensajes publicitarios sobre estabilidad, aunque los bancos estimulen el miedo al futuro para conseguir contratos de pensiones privadas, los humanos sentimos atracción por lo desconocido y necesitamos épocas de inestabilidad. Desconocer qué vendrá evita la rutina porque supone un reto. “Si además te vas con el dinero a casa después del robo”, dice Rojo, “es como eyacular con un polvazo”. Enfrentarnos al vacío da miedo, pero saltar dentro es un placer.
5. Los yonkies necesitan comprensión, no rechazo
Cuando decimos que todo el mundo se puede equivocar no nos lo creemos. Hay delitos que perdonamos (como robar un banco), pero errores que no toleramos (como haber sido un drogadicto). Daniel Rojo, a pesar de llevar más de 20 años al margen de la delincuencia y sin drogas, está estigmatizado. Los drogadictos nunca dejan de serlo para el resto de la sociedad.
La mayoría de delincuentes actúa bajo la ansiedad de las drogas. En los ’80, el 97% de los presos de la cárcel Modelo de Barcelona eran toxicómanos. La delincuencia no se redujo en la ciudad hasta que entraron psicólogos y educadores sociales a las prisiones. A Rojo le gusta una cita: “quien juzgue mi camino, le presto mis zapatos”. Si empatizáramos, comprenderíamos.
6. El amor no se busca, se encuentra
Daniel Rojo pagó una fortuna por los amores sin amor. Vivía con putas. Las quería y las rechazaba. Ninguno de esos amores pagados le llenó, a pesar de que buscó la plenitud entre ellos. Vivo de milagro, con un año de vida en las mejores previsiones médicas, Daniel Rojo se enamoró de su doctora, Eva.
Eva y Daniel Rojo se conocieron por azar. Él recuerda especialmente que ella le tocó sin guantes. “Llevaban 14 años tocándome con guantes incluso los funcionarios”, dice. “Que una doctora que esté buena me toque todo el cuerpo sin guantes, claro, me puso cachondo. Además, significó mucho”.
7. Dolor y sufrimiento se parecen, pero no son lo mismo
A Daniel Rojo se le murió su hermano de leucemia cuando él estaba desintoxicándose. Además, era “el hermano bueno”, dice. “Tengo de todo por el cuerpo y nada me ha dolido como la muerte de mi hermano”. Pasó una racha malísima: cada vez que cerraba los ojos veía muerto a su hermano. Todavía hoy le cuesta pensarlo.
Su sufrimiento terminó cuando Daniel Rojo se dijo que si aquel trauma no le había devuelto a las drogas, ya no volvería a probarlas nunca. “Lo que podía haber sido mi caída me hizo más fuerte”, dice. Pasó de la derrota a la fortaleza con el mismo punto de apoyo. Con el cambio de actitud no evitó el dolor, pero sí el sufrimiento.
8. Los gánsters también tienen miedo
Será por las películas, pero pensamos que los delincuentes profesionales ni padecen ni tienen mundo interior. Daniel Rojo era tan vulnerable como cualquiera de nosotros. Todavía hoy, que viste de negro y mantiene la apariencia del rey del hampa porque le ayuda a vender libros, es un hombre frágil y empático.
Dice que no teme a la muerte, pero sí tiene miedo de perder a sus hijos. “Cuando cierro los ojos y me asusto es porque pienso que les va a pasar algo a mis hijos. Como que un autobús pasa cuando estamos cruzando. Cosas duras”, dice. “Eso me acojona”.
9. Del pasado hay que aprender, no renegar
Daniel Rojo no se arrepiente de nada. Revive su pasado y todavía emerge cierto romanticismo cuando habla de delincuencia: compinches como hermanos y una vida fuera de la ley. No lo quiere para sus hijos ni se considera nadie especial, pero no reniega. Cree que el fallo hubiera sido no haber cometido errores.
10. La mejor manera de ser feliz es bajar a los infiernos
Para Daniel Rojo, la felicidad es fruto de una comparación. Excepto los minutos que durara la droga, todo lo demás fue sufrimiento, ansiedad y descontrol en su vida. Se separó de sus padres, le abandonaron sus amigos y en ocasiones todavía se desprecia. Al infierno hoy lo mira desde arriba, pero aún puede sentir su calor. Le es más fácil valorar lo que tiene y lo que ha perdido.
Crédito de las imágenes: Javier Rodríguez
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