“El próximo gobierno tiene que recuperar la dignidad de las personas y terminar con los privilegios”, Patricio Santamaría
El 4 de septiembre de 1964, mi papá, antes de ir a votar a la elección presidencial, fue a comprar unas garrafas y se cortó el brazo, por lo que quedó inhabilitado de emitir su sufragio. Él quiso ir igual y me pidió que ingresáramos a la cámara secreta. Yo era niño, tenía ocho años, y tuve que marcar el candidato que él me sugirió.
Fue interesante: entrar a la urna, que mi papá me tomara en brazos y que me dijera que marcara el voto… Sin duda fue premonitorio. Sentir cómo una raya con un lápiz grafito iba a elegir al próximo Presidente de la República.
Nací en Valparaíso en 1955, en Cerro Alegre, en el Hospital Alemán, en el seno de una familia de clase media. Mi abuelo llegó de España en 1920, a los 14 años, con otros dos amigos. Todos los domingos nos venía a buscar y caminábamos por las calles de Valparaíso. Íbamos al Muelle Prat, donde él había llegado, décadas atrás, sin zapatos.
Mi familia tenía un negocio de ropa para hombres. De joven le pedía a mi abuelo trabajar ahí, especialmente en época de Navidad. La tienda se llamaba “El precio fijo”, pero quebró en dictadura por las importaciones desde Asia. Iba Pablo Neruda, el presidente Jorge Alessandri, Eduardo Frei Montalva e incluso Salvador Allende. Me acuerdo de que a Alessandri le vendíamos calcetines hasta casi las rodillas.
No se hablaba de política en mi casa, para nada. Mis papás eran independientes. Pero entrando a la universidad me incorporé a la Democracia Cristiana Universitaria. Era un momento muy convulsionado en términos políticos.
He tenido muchos mentores. Uno de ellos fue Bernardo Leighton. Lo veía inalcanzable. Siempre me he llevado bien con la gente mayor. Era un líder, que regalaba campos y terrenos durante la primera reforma agraria. Incluso llegué a ser su chofer. Estuve con él hasta elfinal. Me marcó especialmente su forma de ser, su compromiso. Estaba en las antípodas de la sociedad actual, con una cultura de lo desechable, con este individualismo imperante, con esta competencia despiadada, con esto que nos trajo el neoliberalismo.
Siempre tuve vocación por lo electoral. Partí en la Democracia Cristiana con las declaraciones de las candidaturas. Había interactuado con el Servel desde 1989.
El 2012 me fui a Uruguay. Trabajé en un proyecto del presidente Pepe Mujica. Estando ahí recibí un llamado. Me dijeron que me estaban considerando para ser consejero del Servel. Renuncié a la Democracia Cristiana y al ejercicio de mi profesión. Llegué feliz, porque era mi vocación.
Ahí me acordé cuando hice la raya en 1964 en el Colegio Barros Luco, frente a la Plaza O’Higgins. Era culminar un proceso que había sido parte de una vocación. Se cumplió una aspiración.
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Este martes 25 de enero fue mi último día en el Servel. Inmediatamente cambié mi biografía de Twitter y me puse ‘ciudadano de la República’. Me despedí y publiqué una foto que nunca pensé que iba a generar tal reconocimiento.
Me da un poco de pudor recibir todos los mensajes de felicitaciones. Uno hace lo que tiene que hacer. Es rico que lo reconozcan, pero a veces siento una sensación de injusticia, porque es un equipo.
Hace poco me preguntaron cuál era mi legado. Pero yo no creo en los legados personales. Me río cuando las personas tratan de dejar escrito su nombre en la historia, no es así. Después de la Guerra Civil Española decían ‘Necesitamos un líder’, pero otras personas dijeron ‘No, necesitamos un pueblo’.
La receta del éxito del Servel tiene que ver con el equipo humano. Logramos contratar a un grupo joven que entró con un ADN especial. Se generó una mezcla de personas con mucha experiencia -que estaban desde el restablecimiento del Servel para el plebiscito de 1988- con profesionales jóvenes.
También tenemos buenos equipos de tecnología de la información y el mecanismo que nos permite contar los votos desde el mismo local de votación. Es un plantel de trabajo comprometido que sabe la relevancia del rol que están ejerciendo, con transparencia e integridad.
La elección más especial, primero porque era un desafío y segundo porque constituyó un hito que permitirá reformas muy importantes para delante, fue la de convencionales constituyentes, gobernadores regionales, alcaldes y concejales. Tuvimos que hacerla en pandemia. Fueron unos mega-comicios que se realizaron en dos días.
Eso marcó un hito. Hubo que hacer muchas innovaciones. Al final resultó muy bien y demostró que el Servel, con las FFAA, los delegados de las juntas electorales y los apoderados de los partidos políticos podían generar las condiciones para implementar el voto anticipado.
El momento más complejo, y lamento tener que recordarlo, fue cuando el Registro Civil nos comunicó que más de 7 millones de personas habían cambiado de domicilio electoral. Era imposible. Al final nos dimos cuenta que las personas, cuando daban su domicilio residencial, automáticamente se establecía como domicilio electoral. Fue un problema grave, pero por suerte no generó un efecto tan grande. Tuvimos un poco más de 6 mil reclamos.
El consejo directivo seguirá funcionando muy bien. El Presidente y el Senado nominaron a personas con experiencia, práctica y que serán un aporte. Será un buen equipo.
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Ahora estoy viviendo con mi madre, que está a punto de cumplir 95 años y es viuda hace seis meses luego de una vida de 70 años con mi padre, a quien el 5 de agosto se lo llevó un cáncer maldito. Entonces quiero aprovechar. Pocos tienen la posibilidad de tener a su madre viva, lúcida, que pueda leer un libro y comentarlo y que necesite tu brazo para caminar.
Mi interés es seguir en el servicio público. Se han abierto posibilidades fuera de Chile, pero debo quedarme acá. Estoy mirando, viendo. Después de nueve años hay cosas que no voy a hacer. No voy a armar mi oficina de abogados, por ejemplo.
Tampoco voy a volver a militar en la Democracia Cristiana. Ya cumplí mi tarea como militante. Ya no están los Leighton, no están los Castillo Velasco, pero sí hay hombres y mujeres con visión. Me produce tristeza la situación que se vive (en la Falange). Me da temor que por errores humanos esté estancada. Pero las ideas y las posiciones de los jóvenes de 1935 están más vivas que nunca.
El próximo gobierno no me ha llamado, pero les deseo todo el éxito. No diré lo que dicen todos –‘que si le va bien al gobierno le irá bien a Chile’-, ya que es algo obvio. Tienen que hacer cambios, hay que recuperar la dignidad de las personas, recuperar la justicia, hay que terminar los privilegios.
La polarización no la veo en las personas comunes y corrientes, sino en los que pretenden defender privilegios o dar riendas sueltas a la violencia. La gran mayoría tiene un buen ánimo. Tengo esa convicción. Los que se cierran para ejercer la violencia y para defender privilegios tienen que ir desapareciendo de alguna manera. Los tenemos que convencer con diálogo.
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