La infanta Elena hecha un mar de lágrimas, el otro símbolo de Barcelona 92
RealezaElena de Borbón, presidenta del Comité Paraolímpico Español, fue incapaz de contener las lágrimas de emoción ante la apertura Juegos Olímpicos de Barcelona en 1992. Así fue aquel momento.
Por César Andrés Baciero
La infanta Elena es la presidenta del Comité Paraolímpico Español desde su fundación en 1995, lo que ha favorecido que asista a la inmensa mayoría de las competiciones de los equipos nacionales. Sin embargo, la imagen de la primogénita de Juan Carlos y Sofía más recordada durante la celebración de unas olimpiadas siempre será la de su rostro lleno de lágrimas en la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992.
El 25 de julio, Día de Santiago Apóstol —patrón de España—, a las 22:40 arrancó oficialmente la XXV Olimpiada de la era Moderna con el encendido del pebetero del Estadio Olímpico de Montjuïc (rebautizado en 2001 como Lluís Companys) gracias al tino del arquero paralímpico Antonio Rebollo. 40 minutos antes, el entonces príncipe Felipe de Borbón había hecho su entrada en el tartán enarbolando la bandera nacional como cabeza de la delegación olímpica española, en la que participaba en la modalidad Soling de vela. El que también se batió el cobre durante aquellos días fue su cuñado, Iñaki Urdangarin como miembro de la selección de balonmano, pero entonces todavía no se había cruzado en su camino la infanta Cristina, eso sucedió cuatro años después y casualmente en otros Juegos Olímpicos, los de Atlanta 96.
Felipe lució el uniforme olímpico de la delegación española: sombrero otuback de mimbres blancos a juego con la camisa y el pantalón de pinzas, americana marina, corbata rayada en combinación rojigualda y zapato de cordón azul a conjunto con el cinturón también de cuero. De las equipación se ocupó la firma ilicitana Kelme. Sobre ese momento, Felipe diría años después sobre ese momento que “fue totalmente increíble, me dio la sensación de que el desfile duró años y el estadio pareció encoger, con toda esa gente vitoreándote”.
La reina Sofía, una maestra del saludo protocolario gracias a la estricta educación germana que recibió por vía materna, no pudo evitar alzar sus brazos como palomas bravas, como cantaba desde hacía un lustro la Jurado, y batirlos con ánimo como queriendo estrechar las manos de todos los presentes. Doña Sofía y el rey Juan Carlos habían hecho su aparición en la tribuna de autoridades pasados cinco minutos de las ocho de la tarde mientras sonaba Els Segadors seguido del himno nacional.
La infanta Elena ocupó un asiento tres filas delante de sus padres arropada por una multitud de autoridades. Aquella edición cubrió el récord de asistencia de jefes de Estado y primeros ministros a una ceremonia inaugural ya que un par de días antes se había celebrado en Madrid la II Cumbre Iberoamericana. El ojito derecho de don Juan Carlos no pudo reprimir su emoción cuando vio aparecer a su hermano pequeño saludando a la muchedumbre en éxtasis. La infanta Borbona, la más castiza desde su antepasada la infanta Isabel La Chata (tía de su bisabuelo Alfonso XIII), era un mar de lágrimas. Incapaz de reprimir su llanto, a la vez aplaudía y se mordía los labios o sonreía. Pese a que la gente alrededor se giró para ver la reacción de los reyes, Elena se convirtió en la protagonista del momento gracias a la habilidad del realizador de la gala, José Ramón Díez, de la que estuvieron pendientes casi seis millones de telespectadores de todo el mundo.
El año pasado, en el radiofónico Carrusel Deportivo especial Olimpiadas de la Cadena Ser, el cómico Joaquín Reyes destacaba este momento como el más memorable de la velada de importante carácter españolista. Entonces toda España era una fiesta, se nos había subido el chupito de cerveza a la cabeza, estábamos ebrios de éxito ya que en abril se había celebrado la apertura de Exposición Universal en Sevilla,Madrid fue nombrada Capital Cultural Europea y se conmemoraba el V centenario del descubrimiento de América. La familia real alcanzó su cuota de popularidad más alta. Era, en palabras de muchos, la mejor imagen del país.
El llanto de Elena es casi más recordado hoy que Cobi, la mascota diseñada por Javier Mariscal.En su pecho convivía una mezcla de patriotismo y amor fraternal con la que muchos se sintieron identificados. 22 años después la duquesa de Lugo también tuvo que echase las manos a los ojos vidriosos cuando en la proclamación de su hermano como Felipe VI, éste agradeció a su madre, la reina saliente Sofía, “toda una vida de trabajo impecable al servicio de los españoles. Su dedicación y lealtad al rey Juan Carlos. Su dignidad y sentido de la responsabilidad son un ejemplo que merece un emocionado tributo de gratitud que hoy, como hijo y como rey, quiero dedicarle”. Al ser preguntada por su reacción tras este acto doña Elena sólo atinó a decir “como para no emocionarse”. Unas palabras que bien podrían referirse, también, a sus sollozos aquella mágica noche olímpica de 1992.
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